Hoy les escribo  como un dominicano más, preocupado por el bienestar de nuestra gente.

La noticia que nos ocupa es seria: todo nuestro querido país está bajo alerta por lluvias. Sí, desde la bulliciosa Santo Domingo hasta el tranquilo Pedernales, todos estamos en este barco… o mejor dicho, en esta «lancha» bajo la tormenta.

¿Qué está pasando? Bueno, imaginen que nuestra isla es como una gran maceta. Normalmente, necesita agua para que sus plantas crezcan, ¿verdad? Pero ahora mismo, es como si el jardinero se hubiera vuelto loco y decidiera regarla sin parar. Una vaguada, ese fenómeno meteorológico que suena a algo de una película de ciencia ficción, está actuando como esa manguera desbocada. Y por si fuera poco, una onda tropical, que es como un vendedor ambulante cargado de humedad, se está acercando por el este, listo para «vendernos» más agua.

El COE, nuestro guardián meteorológico, ha decidido poner todo el país en alerta. Es como si el abuelo sabio del pueblo nos dijera: «Muchachos, viene un aguacero, prepárense todos». En el Gran Santo Domingo y otras 13 provincias, incluida nuestra joya caribeña, la isla Saona, la alerta es amarilla. Es como si nos dijeran: «Aquí la cosa está más seria, tengan doble cuidado». El resto del país está en verde, como diciendo: «Estén atentos, pero no entren en pánico».

La Onamet, si esos analistas meteorológicos que siempre miran al cielo, nos dice que las nubes están cubriendo todo el país. Es como si el cielo hubiera decidido ponerse una gran sábana gris. Y no solo eso, esperan aguaceros de moderados a fuertes, con tormentas eléctricas. Es como si el cielo organizara una fiesta ruidosa con luces y todo, pero nosotros no fuimos invitados.

Ahora bien, sé que muchos pensarán: «¡Ay, Cesarin, siempre exageran con estas alertas!». Y los entiendo. A veces siento que vivimos en un país donde las alertas son tan comunes como las empanadas en una fiesta. Pero esta vez, les pido que lo tomen en serio.

Verán, cada vez que visitamos una comunidad afectada por inundaciones, vemos la misma historia: familias que lo perdieron todo, mirando con tristeza sus hogares convertidos en piscinas improvisadas. Y siempre hay alguien que dice: «Pensé que esta vez no sería tan grave». No quiero que esa sea tu historia, ni la de tus seres queridos.

Sé que somos un pueblo resiliente. Hemos enfrentado huracanes, terremotos, y hasta una pandemia. Pero esa fortaleza no significa ser temerarios. La verdadera valentía está en la precaución, en cuidarnos unos a otros.

Así que, cuando el COE nos dice que no crucemos ríos crecidos o que no vayamos a balnearios, no es que quieran arruinarnos la diversión. Es como cuando tu madre te decía que no jugaras en la lluvia para que no te resfriaras: es por tu bien.

Y a mis amigos conductores: sé que en nuestro país a veces manejamos como si tuviéramos prisa por llegar al más allá. Pero con esta lluvia, les ruego, conduzcan como si llevaran a su abuelita a misa: con mucho, mucho cuidado.

En estos días lluviosos, veo una oportunidad. No solo para resguardarnos, sino para unirnos. Llama a tu vecina anciana y asegúrate de que esté bien. Comparte tu paraguas con un extraño. Porque bajo esta lluvia, no somos norte o sur, urbanos o rurales. Somos simplemente dominicanos, una gran familia cuidándose bajo el mismo cielo gris.

La naturaleza nos recuerda que, a pesar de nuestras diferencias, compartimos este hermoso y a veces desafiante pedazo de tierra. Así que, mientras esperamos que pase la tormenta, recordemos que lo que nos une es más fuerte que cualquier vaguada. Cuídense mucho, mi gente. Y no olviden: en la precaución está nuestra fuerza.

Cesarin, bajo un paraguas y con el corazón en mi país.