Tras 15 años como rector del colegio loyola, el religioso jesuita deja un legado que incluye la declaración de este centro educativo como territorio de paz.
Un nacimiento escolar viviente que ocupa 900 metros e involucra a 200 personas; un festival de cortos hecho por alumnos que se proyecta en uno de los cines más conocidos de la ciudad; una escuela para padres; un colegio con 850 estudiantes que ha sido declarado territorio de paz. Parecen sueños. En algún momento lo fueron pero luego se convirtieron en la realidad que cosechó el reverendo padre Francisco Lluberes, a quien todos llaman padre Franchy, durante sus quince años como rector del Colegio Loyola.
Al evaluar ese período fructífero de su vida, que finalizó al salir del Loyola el pasado mes de enero, y todos los retos que enfrentó, lo resume en una frase: “Me siento un soñador de la educación”.
Franchy aún sueña. Sueña con que los estudiantes pueden lograr imposibles; con que los profesores tienen la capacidad de superarse a sí mismos, y con que los padres cuentan con la autoridad para involucrarse y ayudar a la escuela, a sus hijos y a sus maestros a desarrollar un mejor trabajo. Franchy sueña con que desde la escuela la sociedad puede construirse para que sea más armoniosa, más justa, equitativa, segura y menos violenta. Está convencido de ello. En el Loyola lo vivió, y tiene claro que no ha sido un sueño.
Cuando tuvo lugar esta entrevista, antes de que se despidiera del colegio, al llegar allí, y coincidir en la puerta con algunos de los adolescentes de los cursos más altos, observas que se detienen, la sujetan y ceden el paso. Al entrar a la biblioteca, si olvidas saludar, un niño de quinto grado puede que te recuerde con una sonrisa que se dice buenas tardes.
El Loyola también es un centro educativo donde puedes permanecer durante horas sin que seas testigo de incidentes entre sus estudiantes, de hecho, en el 2011 fue declarado territorio de paz.
¿Cómo se logró?
Nada es fácil. Es el resultado de muchos años de trabajo con una visión de la educación basada en la justicia restaurativa, que es aquella que apoya a la víctima, y busca que sea resarcida, pero a la vez, ayuda a que el agresor se enmiende.
Nada es fácil. Es el resultado de muchos años de trabajo con una visión de la educación basada en la justicia restaurativa, que es aquella que apoya a la víctima, y busca que sea resarcida, pero a la vez, ayuda a que el agresor se enmiende.
Es el tipo de justicia en la que cree el padre Franchy, quien ya de salida en sus funciones, sostuvo una conversación con reporteros de LISTÍN DIARIO sobre su vida como religioso y la experiencia de permanecer durante tanto tiempo, cuando los períodos suelen ser de solo seis años al frente de una institución educativa con el prestigio del Colegio Loyola, fundado por los sacerdotes jesuitas en 1961.
El padre Franchy recuerda que entró al seminario en septiembre de 1984, después de un año y medio de discernimiento durante el cual reflexionó sobre su decisión. El llamado para asumir la vida religiosa lo recibió mientras participaba en una campaña para alfabetizar adultos en una zona rural de El Seibo, Jobo Claro, como parte de un grupo de jóvenes orientado por la religiosa dominica Faustina Posada. “Me impactó la experiencia de alfabetizar campesinos y encontrarme con tanta exclusión, tanta miseria. Eso supuso una llamada”.
Reconoce la influencia positiva de la madre Faustina. “Que optó por nosotros a pesar de que éramos solo un grupo de adolescentes. Nos hizo salir de nuestra zona de confort, llevándonos a dar el paso de comprometer nuestras vidas para ayudar a la construcción de una mejor sociedad”.
Ante la pregunta de cómo Dios llama a un jovencito a convertirse en religioso, responde que se trata de algo tan particular que no lo puede describir.
Se ordenó en el año 1995. Para entonces, ya era docente en el Politécnico Loyola, de San Cristóbal, donde impartió clases por primera vez en el año 1989. Luego, desempeñó las funciones de encargado Pastoral y asesor Educativo. Pasó seis años en el politécnico. Señala que muchos de sus grandes amigos se encuentran entre los que fueron sus alumnos y compañeros profesores en ese centro.
En el Politécnico Loyola, dice que fue testigo de un despertar nuevo en los jóvenes y adolescentes a quienes, además de contribuir en su formación, trató de enriquecer en la fe.
Sacerdocio
El padre Franchy emigró de El Seibo a la Capital para estudiar en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Ya instalado aquí, conoce la compañía de Jesús, en especial al padre Fernando Arango. Participó en los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola y fue, entonces, cuando ponderó durante 18 meses su decisión.
El padre Franchy emigró de El Seibo a la Capital para estudiar en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Ya instalado aquí, conoce la compañía de Jesús, en especial al padre Fernando Arango. Participó en los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola y fue, entonces, cuando ponderó durante 18 meses su decisión.
Ingresó a la compañía de Jesús y durante 11 años se preparó para hacerse sacerdote. De estos años pasó cuatro en Venezuela.
“Por eso, amo mucho a esa tierra y oro por ella, por la situación que ahora atraviesa”.
Un doble reto: Educar y Paz
¿Por qué se inclinó hacia la educación? Al responder esta pregunta, el padre Franchy Lluberes se emociona cuando explica que durante más de cien años su familia, por la línea materna, se ha dedicado al campo educativo. “Por parte de los Javier, lo llevamos en la sangre. Hay una vocación especial hacia el servicio comunitario. La genética influye en nuestra vida. Tiene un impacto en nosotros. Ahora, en nuestra familia, también hay una nueva generación que sigue esta tradición. No es una vocación de hacer riqueza material, sino humana”.
¿Por qué se inclinó hacia la educación? Al responder esta pregunta, el padre Franchy Lluberes se emociona cuando explica que durante más de cien años su familia, por la línea materna, se ha dedicado al campo educativo. “Por parte de los Javier, lo llevamos en la sangre. Hay una vocación especial hacia el servicio comunitario. La genética influye en nuestra vida. Tiene un impacto en nosotros. Ahora, en nuestra familia, también hay una nueva generación que sigue esta tradición. No es una vocación de hacer riqueza material, sino humana”.
Estudios El padre Franchy viajó al extranjero para estudiar en la Universidad de Comillas, en Madrid, donde permaneció tres años. Reconoce que quiso aprovechar el tiempo y, a la vez que realizaba una Licenciatura en Pedagogía, llevó a cabo una maestría en Gestión y Educación especializada en terapia. Cuando regresó al país, admite que había dicho que si le pedían que fuera al Colegio Loyola respondería que no. “Decía, si me mandan, digo que no”.
Explica que este pensamiento se debía a que en el seminario su deseo estaba centrado en servir en barrios marginados y el Loyola es un centro donde acuden alumnos de clase media y alta. Pero, cuando su superior lo llamó, cumplió con el voto de obediencia que había hecho y dijo que sí.
“Los seres humanos, independientemente de la clase social a la que pertenezcan, viven una realidad de sufrimiento. Necesitan ser acompañados en la búsqueda de la persona para conectarse con lo más profundo de su ser y crear lazos con los demás sintiendo a Dios como su dueño y Señor. En estos espacios hay mucha necesidad de labor pastoral para sanar las heridas en las familias, que afectan también a sus servidores”.
Dijo que tratar con personas que pertenecen a la clase media y alta no fue difícil porque en su familia hay miembros de todas las clases sociales. El desafío estaba en que ese colegio había vivido una etapa de gloria, era el gran colegio a donde asistía gran parte de la élite económica dominicana. Pero en los años 90, los padres y madres de los alumnos fueron entendiendo que, a pesar de los esfuerzos de los hermanos jesuitas y laicos, el colegio no daba la respuesta que la educación estaba exigiendo en cuanto a tecnología, lenguas extranjeras y mejoras en la infraestructura. Era necesaria una renovación en los métodos y la didáctica de la enseñanza.
Es inevitable asociar la llegada del padre Franchy al colegio Loyola con la tragedia del asesinato del niño José Rafael Llenas Aybar cometido por dos egresados del colegio, Mario José Redondo Llenas y Juan Manuel Moliné Rodríguez, que ya eran estudiantes universitarios cuando cometieron el crimen, pero cuyos nombres fueron vinculados a la institución.
El religioso recuerda que, cuando asumió la rectoría, hacía siete años que había ocurrido aquel crimen terrible, durante cuya difusión se hacía mención del colegio como un elemento común entre los entonces acusados. “Se señaló mucho que venían de la formación del colegio. Creo que fue una herida muy grande por la pérdida de ese angelito de Dios. Y, a la vez, un llamado de atención de lo que nos venía encima como sociedad”.
“Un adolescente sano, integrado, no comete un crimen como ese. Hoy día siguen pasando crímenes graves. Me preocupa la reacción de la sociedad que se muestra indiferente. Me preocupa, particularmente, que cuando ocurre un incidente violento, al principio, la gente habla de él, lo condena, pero después no es noticia. Estamos llamados todos a trabajar por la paz, la no violencia y la reconstrucción de la sociedad”.
El padre Lluberes agrega que los centros educativos tienen un rol muy importante en la construcción de la paz. Como colegio Loyola, desde que llegó, se empeñó en educar no solo desde las ciencias, las artes y los programas extracurriculares, sino también en la inclusión y la educación socioemocional que propicia una posibilidad de convivencia, comunicación y encuentro. “Creemos en la construcción de verdad y de significado basados en el perdón y la reconciliación”.
Logros diversos
A nivel educativo, cultural, social y ecológico, el padre Franchy cosechó frutos.
A nivel educativo, cultural, social y ecológico, el padre Franchy cosechó frutos.
A nivel académico, durante los pasados 15 años, han logrado mejorar la metodología didáctica de la enseñanza con la inclusión de recursos audiovisuales, ahora con la incorporación de libros digitales.
También crearon una escuela de padres; mantiene el programa de ayuda al Hospital Robert Reid Cabral; fueron ampliadas la cafetería del colegio y la biblioteca.
Cada año montan el Nacimiento Viviente, el más grande nacimiento escolar del área; los estudiantes participan en el Festival Cinematográfico de Cortos y en los talleres para el programa de paz que ha transformado el colegio. Plantar árboles, fue otra iniciativa. Ante la pregunta de si se arrepiente de haber escogido la educación en su servicio como religioso, responde con certeza: “No me arrepiento. Si me tocara, lo haría de nuevo”.
Fuente: Listin Diario
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